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Abono Sevilla 2008

La dificultad de medir a los miuras

De niño acompañé a muchísimos encierros a mi padre entonces veedor de toros de la casa Chopera. Los de miura eran los más entretenidos. Había que estar en la finca antes del amanecer, el encierro tenia que empezar con las primeras claras del día porque nunca se sabía cuánto iba a durar. Sólo entrar en la finca, noche cerrada, y oír sin ver a los toros, hacía que se me quitasen las ganas de ser torero. El viejo encerradero, en parte de madera, se cimbreaba peligrosamente cada vez que un toro embestía con fuerza contra algo. Siempre había alguien que decía “tor mundo mu quieto, no pasa ná,” y se supone que nos debíamos de tranquilizar. Si algún animal rompía una puerta de un empellón, cosa bastante frecuente, allá que iban los vaqueros a por él, volviendo después de dos horas; en la espera se charlaba de toros. Ya entonces me di cuenta de que esos animales eran diferentes. Recuerdo la figura del ganadero D. Eduardo Miura, siempre majestuoso, dirigiendo la faena, sin un mal gesto. Un señor.