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La mala suerte de Morante en El Puerto, y usted que lo vea

Como siempre que torea Morante en El Puerto, esperanzas de ver algo distinto, y más después de salir a hombros el día anterior en Huelva. Para irnos preparando, un grupo de morantistas irredentos, todos viejos amigos, nos fuimos a almorzar a Bespoke, donde Claudio nos prepara un menú maridado con vinos de Jerez. Allí van cayendo las copas de fino, amontillado, oloroso, cream, el pedro ximénez para acabar con el moscatel soleado, de las bodegas de Gutierrez Colosía, de forma que cuando sales al cabo de las tres horas de charla, ya te va importando menos el resultado de la corrida.

Desgraciadamente se cumplió la tradición y Morante no estuvo bien en El Puerto. Sólo tres magníficas verónicas, dos chicuelinas y un galleo para poner al toro graciosamente en suerte. Después la gran bronca. He ido a ver muchas veces a Morante en El Puerto, y lo que más tengo son malos recuerdos. Desde una cornada cuando a los pocos días tenía organizado el viaje y las entradas para verlo en San Sebastián, un mano a mano con José Tomás en el que tuvo que meterse un rato en la enfermería para recuperar el aliento, o el fracaso del mano a mano del año pasado con el Juli que le hizo cortar la temporada. Pero es que miro la estadística de sus actuaciones en El Puerto, y en los últimos 12 años consecutivos, ha toreado 15 corridas y sólo les ha cortado orejas a tres toros, y en las últimas ocho se ha ido de vacío. Lo dicho, mala suerte, porque ayer a su segundo cuvillo se lo echaron para atrás y sobrero de San Pedro tenía muy poca clase y fue muy brusco.

Lo mejor de las faenas de Manzanares fueron sendos pasodobles que de la magnífica banda de esta plaza. El “Suspiros de España” sonó sublime y sólo de oírlo ya apetecía pedir la oreja. Mientras, estuvo toreando en su estilo, muy lejos del toro, despegado y en diagonal. Sus dos toros, rajados, sobre todo su segundo, tampoco ayudaron mucho. El toricantano, Daniel Crespo, muy poco placeado, estuvo muy tranquilo. Destacó su buen estilo y, sobre todo, su quietud. Mató de sendos bajonazos, el primero impresentable, y cortó una oreja en cada toro. Los que aconsejan a este torero deberían convencerlo de que hay que tirarse a matar por arriba, aunque los que defendemos que para dar orejas hay que matar sin ventajas, quedamos en entredicho.