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La suerte suprema

En la corrida del jueves se suscitó cierta polémica porque el presidente se negó a otorgar la oreja a El Juli, a pesar de una petición aparentemente mayoritaria. La razón era muy simple, la espada había caído muy baja, y no era merecedora de premio. Muy bien, en este sentido, nuestro presidente D. Fernando Fernández Figueroa.

Eso tan conocido de que “la primera oreja es del público y la segunda del presidente”, es relativo. Lo primero que tenemos que decir es que ahora las orejas se piden más vociferando que sacando los pañuelos. Si de verdad se pusieran a contar pañuelos, las peticiones serían casi siempre minoritarias. Luego está la vertiente triunfalista. Esa que dice que hay que cortar orejas todos los días para que la gente vea que esto es un espectáculo donde se pasa bien y se anime a venir. Después está el público menos entendido que el aficionado, que puede perderse algunos detalles, pero que es mayoritario en las plazas. Comprendemos que económicamente, es lógico organizar los festejos para el público que es el que llena las plazas. Los aficionados caben en un autobús, dicen, y es verdad.

Con un bajonazo no se puede dar una oreja. Eso debería ser una lección de primero de presidente. Por mucho que el público la pida a voces o con el pañuelo, debe de prevalecer la decisión del presidente. Matar en los bajos es ventajista y mucho menos peligroso que matar por arriba haciendo la cruz. Si los toreros ven que les dan las orejas matando en los bajos, en dos años nadie mataría por arriba.

Con la llegada del público aleccionado por los triunfalistas, en la tauromaquia moderna hemos ido perdiendo varias fases de la lidia. Ya hemos perdido la suerte de varas, no nos hagan perder también la suerte suprema.

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